Los desafíos socioeconómicos del próximo gobierno (II)

* Crédito columna: Verónica Serafini, Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (CADEP).

El 24 de febrero, Día de la Mujer Paraguaya, y el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, son fechas cuya significación adquiere cada vez mayor relevancia con la creciente disponibilidad e información estadística que permite ponerles números a las desigualdades de género en el Paraguay.

Si bien la violencia de género es el problema más notorio en la prensa y en el debate público, sobre todo cuando ella se expresa en horrendos feminicidios, no menos importantes son las persistentes desigualdades económicas que las mujeres soportan con relación a los hombres y entre ellas mismas.

La reducción de la pobreza y una trayectoria firme y sostenida hacia el desarrollo exigen que las mujeres, quienes representan a la mitad de la población, tengan las mismas oportunidades en materia económica. Sin embargo, los datos de las encuestas de hogares y de uso del tiempo ponen en evidencia las menores oportunidades económicas de las mujeres y las brechas que existen entre las jóvenes y adultas, indígenas y no indígenas, ricas y pobres.

La inactividad económica afecta más a las mujeres que a los hombres. El 40,8% de las mujeres se declara inactiva en comparación con el 14,0% de los hombres. En el sector rural, la proporción disminuye a 12,1% en el caso de los hombres, pero aumenta a 44,3% en el de las mujeres.

Las restricciones que imponen a las mujeres sus roles tradicionales, la ausencia de servicios de cuidado que faciliten la decisión de entrar al mercado laboral y, en la edad adulta, la menor cobertura de seguridad social, explican, en muchos casos, los diferentes motivos de inactividad por área y sexo.

El 59,7% de las mujeres señalaron que las razones más importantes son las “labores del hogar” y los “motivos familiares”; frente a una proporción similar de hombres que declaró estar “enfermo” y ser “anciano”, “discapacitado”, “jubilado” o “pensionado”.

Llama la atención que el “estar estudiando” sea el motivo de inactividad del 21,0% de los hombres, frente a solo el 12,2% de las mujeres. En el sector rural adquieren mayor relevancia la enfermedad/discapacidad y las labores del hogar/motivos familiares.

La subutilización de la mano de obra femenina duplica la masculina. Del total de mujeres que se declararon activas, el 7,9% está desempleada frente al 4,7% de los hombres. De acuerdo con la Encuesta Permanente de Hogares 2016, el subempleo visible (personas que trabajaron menos de 30 horas semanales queriendo y estando disponibles para trabajar más tiempo) afecta más a las mujeres (8,9%) que a los hombres (4,5%).

La suma del desempleo y el subempleo da por resultado el nivel de subutilización de la mano de obra en una economía, que llega a casi el 17% de las mujeres que no encuentra empleo o trabaja menos horas que las que desea o de las que dispone para trabajar, frente al 9% de los hombres.

El trabajo por cuenta propia, el trabajo familiar no remunerado y el empleo doméstico ocupan al 57,1% de las mujeres, cifra que se eleva al 78,3% en el sector rural.

Estas condiciones laborales: desempleo, subempleo, sobrerrepresentación en el trabajo familiar no remunerado, en el empleo doméstico y en el trabajo por cuenta propia configuran un escenario de alta precariedad laboral, caracterizado por la exclusión de los mecanismos de seguridad social.

Muchas mujeres no tienen ingresos propios y las que trabajan ganan menos que los hombres. Casi un tercio de las mujeres de 15 y más años de edad que no estudia no cuenta con ingreso propio, frente al 11,7% de los hombres.

Los ingresos laborales de las personas mayores de 18 años que trabajan son, en promedio, de G. 2.229.916 (US$ 405). Este ingreso mensual varía ampliamente según el sexo y el área de residencia, pero, en todos los casos, las mujeres ganan menos que los hombres, así como los/as trabajadores/as del área rural.

Las mujeres inactivas, desempleadas o que trabajan sin remuneración enfrentan altos riesgos frente a eventos individuales como la separación, la viudez, una enfermedad o el envejecimiento.

Sin políticas agropecuarias, laborales, de protección social y cuidado con recursos suficientes que amplíen las oportunidades económicas de las mujeres, especialmente de las mujeres jóvenes, campesinas y en situación de pobreza, no habrá posibilidades de reducir la pobreza, de lograr un crecimiento económico sostenido y, menos aún, de avanzar hacia las metas del desarrollo.

Es por eso que este tema no puede estar ausente del debate político, de los programas de gobierno y, sobre todo, de las políticas públicas. Si no se toman iniciativas importantes en esa dirección, el Paraguay seguirá estando en los últimos lugares de cualquier índice internacional. 

Población Económicamente Inactiva (PEI): población en edad de trabajar que señala que no está trabajando ni buscando trabajo. En este artículo se calcula sólo para la población de 18 o más años de edad.

Población Económicamente Activa (PEA): conjunto de personas de 10 y más años de edad que en el periodo de referencia dado, suministran mano de obra para la producción de bienes y servicios económicos o que están disponibles y hacen gestiones para incorporarse a dicha producción. En este y en todos los casos se considera a las personas con 18 y más años de edad.

Población ocupada: son las personas en la fuerza de trabajo que trabajaron con o sin remuneración por lo menos una hora en el periodo de referencia o que, aunque no hubieran trabajado, tenían empleo del cual estuvieron ausentes por motivos circunstanciales.

Las personas ocupadas con remuneración son aquellas que perciben sueldo, salario, jornal u otro tipo de ingreso, compensación en efectivo y/o en especie.

Las personas ocupadas que trabajan sin remuneración en una empresa económica explotada por otro miembro de la familia con el que conviven se denominan “trabajadores familiares no remunerados”.

Tipo de cambio: 1 dólar = 5.500 guaraníes.

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