Hacia el fin de la jornada laboral

Crédito columna: Adrián Gilabert.

El mundo del trabajo se encuentra inmerso en un proceso de transformación que se vio acelerado por la pandemia. El forzado experimento de trabajar desde casa ha mostrado suficientes beneficios y oportunidades como para considerar que el trabajo “fijo” en un lugar va quedando en el olvido.

Será reemplazado por la idea de “movilidad”, es decir lo que antes era el lugar exclusivo (oficina) ahora se descentraliza en muchos lugares posibles. El lugar de trabajo será todos aquellos lugares donde la tecnología nos permite estar conectados. Esta es la primera transición en el nuevo mundo laboral. Pero no es la única.

La segunda de las transiciones, que tiene implicancias aún mayores, es lo que podríamos denominar “la muerte de la jornada laboral”.

Hay dos acontecimientos que sientan las bases para semejante afirmación. El primero es que se está acelerando la suplantación de las tareas repetitivas de los seres humanos en manos de la robótica y la informática. Cada día que pasa más tareas son absorbidas por las nuevas tecnologías.

Funciones que los humanos aprendimos a realizar desde la revolución industrial hasta fines del siglo XX. Así es que los seres humanos deberemos tomar para nosotros un lugar mucho más humano dentro del mundo del trabajo.

El segundo acontecimiento tiene que ver con las experiencias recabadas durante este período de trabajo en casa. La idea de control sobre el horario de los colaboradores a la usanza del siglo pasado no funciona bien con el trabajo remoto.

En definitiva, las personas administramos nuestro tiempo durante este período, por lo cual la idea central del modelo de trabajo de “explotación del tiempo” va quedando atrás.

Es decir, la práctica habitual por parte de las empresas de incorporar la mayor cantidad de tareas que se pueda en el período de tiempo de 8 h ya carece de sentido.

Estas transformaciones tienen impactos de magnitud fundamentalmente en las leyes de contrato de trabajo y el modelo educativo y, adicionalmente, en el estilo de liderazgo y el diseño organizacional.

Las leyes de trabajo de nuestros países suelen tener dos bases fundamentales: lugar y jornada ¿Qué ocurre si estas bases cambian por el avance de la tecnología? Se vuelven obsoletas. Esta obsolescencia plantea un gran desafío para nuestros legisladores.

También, por supuesto que plantea un gran desafío para el movimiento sindical. La realidad del siglo XXI estaría reclamando una modernización y adaptación urgente.

En paralelo, si el modelo educativo actual es el que fue pensado para cubrir puestos de trabajo de tipo repetitivos y ellos tienden a no existir más, ¿no debemos repensar la educación seriamente? En todo caso, ¿cuáles son y cuáles serán las habilidades más requeridas en los tiempos que vienen?

Encontrar soluciones a problemas, resolución de conflictos, comunicación, comprensión de la tecnología, adaptabilidad, conocimiento en ciencias básicas ¿Cree que nuestro sistema educativo tiene como foco el desarrollo de estas habilidades? ¿Considera que la creatividad es la cuestión fundamental en el proceso educativo?

En estos tiempos la pregunta sería cómo se hace todo esto, cómo es un modelo superador, qué se debe hacer y muchos interrogantes más. Enuncio aquí palabras clave o frases que, en tono con la época, uno puede dejarlas planas, vacías, repetirlas como un mantra: propósito abarcativo, talentos, árbol de objetivos, movilidad.

Cada una de ellas tiene una profundidad, un desarrollo; o bien, uno puede hacer lo único que es conducente: experimentar. Prueba y error. Invertir en experimentar es un aspecto crucial ya no para obtener ventajas competitivas, sino para la subsistencia de una organización.

Veo en todo esto una gran oportunidad para América Latina. Esta época podría tratarse más de calidad que de cantidad. También se trata de adaptabilidad, creatividad y comunicación, habilidades que hemos desarrollado en extremo producto de las sucesivas crisis.

Por poner esto en un tono positivo se puede decir que los países de Latinoamérica han sido y son un lugar de entrenamiento para desarrollar esas habilidades. Sin embargo, si deseamos prosperidad como sociedad podríamos dejar de practicar dos males de esta época que atentan contra nuestro desarrollo: consumirnos en el vacío del corto plazo, y dejar de una vez por todas el sistema de pensamiento del siglo pasado.

La enorme resistencia que existe para repensar la ley de trabajo es sorprendente. Hay tanto temor de la pérdida potencial de los derechos del trabajador a la vez que no se advierte que las crisis económicas en algunos de nuestros países, degradan el primer derecho: un salario digno. Salario que se licúa en términos nominales y reales. Repensar la ley no tendrá que ver ya, a esta altura, con la disminución de costos laborales sino con la desaparición de los pilares fundamentales del trabajo del siglo pasado: lugar y jornada.

Es un momento de gran oportunidad, se nos plantea un atajo que podemos tomar para salir del atraso respecto del “primer mundo” sin tener que pasar por todos los pasos de la linealidad del progreso.  Las preguntas que nos quedan son: ¿La dirigencia advierte esta oportunidad? ¿Querrá recoger el guante y enfrentar las reformas? Tenemos lo necesario para ser el lugar más próspero del planeta en 15 o 20 años, es una cuestión de sistema de pensamiento.

PERFIL – ADRIÁN GILABERT

Experto en estrategias de transformación y bienestar organizacional. Autor del libro: El trabajo ha muerto.

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