Pandemia mundial, aprendizaje individual

Crédito: Claudio Fontana.

Dios sabrá en qué momento de la pandemia nos encontramos ¿Todavía en los inicios? ¿En la mitad de la misma? ¿Transitando la parte final? Todos deseamos que sea esta última.

En cualquier caso, habiendo transcurrido más de un año de la aparición (de una u otra manera) del COVID-19 en nuestras vidas, estamos en condiciones de sacar algunas conclusiones y definir posibles aprendizajes.

Muchas empresas y marcas, lamentablemente, no lograrán superar la crisis, es una pésima noticia, soy de los que piensa que las organizaciones son la gasolina de un país, las generadoras de trabajo genuino y el motor de la economía. Otras seguirán adelante con estructuras más chicas o reinventándose de manera obligada hacia nuevas fuentes de negocio.

Por supuesto están también las que vieron incrementados sus ingresos, ya sea porque se adelantaron, estaban mejor preparadas o fortuitamente la pandemia las encontró en el sector correcto. Todas ellas se han transformado, en mayor o menor medida.

Aprendieron que las oficinas ya no son tan necesarias, que la virtualidad también genera beneficios o que el home office, algo muy deseado antes de la pandemia, ya no resulta el esquema ideal para todos los días de la semana. Las organizaciones se adaptaron a vivir con menos, a suspender proyectos e inversiones y esperar el nuevo ordenamiento, que en realidad ninguno sabe muy bien cómo será.

Pasamos del ya obsoleto concepto del mundo VICA (volátil, incierto, complejo y ambiguo); al nuevo acrónimo BANI: brittle (frágil), anxious (ansioso), non-linear (no lineal) e incomprensible (incomprensible). Las marcas, especialmente las que derivan de compañías muy verticalizadas, han aprendido que necesitan ser más ágiles y acelerar su capacidad de respuesta.

La anticipación, como defino en mi libro “Liderazgo disruptivo”, se ha transformado en un concepto clave. El análisis predictivo puede ayudar a mejorar la capacidad de reacción y a estar preparados para liderar la toma de decisiones en función de la coyuntura. No se trata sólo de predecir fenómenos concretos, sino sobre todo de ser capaces de manejar escenarios que vayan más allá de los objetivos a corto plazo.

La sensación de ansiedad e incertidumbre que está generando la pandemia, impulsada por el miedo a la pérdida del empleo, acentuará el consumismo consciente. Desde las neuroventas, es claro que comprar de manera presencial a hacerlo de manera online, implica una restricción de la emocionalidad que podrá afectar al consumo más allá del momento concreto de la reclusión.

En materia de retail, los consumidores aprenden cada día más rápido y buscan marcas con significado que sean útiles y que trasciendan en aspectos menos superficiales, para centrarse en hacerles la vida más fácil y sencilla. Las tendencias que se consolidaron en el 2020 seguramente mantendrán su vigencia luego de la pandemia:

– Mayor abastecimiento personal y familiar.

– Mayores tickets de compra.

– Reducción del tiempo en el punto de venta.

– Migración a canales digitales.

– Un regreso a la cocina casera y a revalorización del hogar.

En todos mis libros de liderazgo doy especial importancia a la responsabilidad de las empresas, de potenciar a sus líderes, apoyarlos y brindarles las herramientas necesarias para cumplir las metas prefijadas. En definitiva, serán ellos quienes conducirán a los equipos de trabajo hacia un destino de éxito o, por el contrario, hacia al fracaso que en ocasiones como éstas, puede resultar irreversible.

Como consultor empresarial, me encuentro trabajando el principal desafío que enfrentan los líderes actuales, en cualquier nivel del organigrama: mantener en sus colaboradores, la motivación, el compromiso y la orientación a resultados cuando estos ya no se encuentran en la oficina contigua o no cuentan con la tradicional reunión semanal que permitía la definición de objetivos, la unificación de criterios de trabajo y el necesario relacionamiento afectivo.

Este especial desafío se llama: “generar confianza” y es el foco de trabajo con nuestros actuales clientes.

Desde mi lugar de psicólogo observo con grata sorpresa como muchas personas “responsables”, pueden cumplir los protocolos de prevención del COVID-19 con una meticulosidad casi obsesiva. No salen de sus casas, se lavan las manos continuamente, evitan los transportes públicos, trabajan desde sus casas, confeccionan una lista de alimentos indispensables, no saludan por temor a contagiarse, hacen filas con un metro y medio de distancia entre ellos, evitan llevar sus manos a la boca, a los ojos, entre otras cosas.

Me pregunto qué pasaría si con esa misma obsesión y responsabilidad, nos preocupáramos por nuestros trabajos, por nuestros seres queridos, por respetar los compromisos asumidos, por ser tolerantes, por pasar tiempo de calidad con nuestros hijos, por perdonar errores.

Cuánto mejor serían nuestras vidas y cuánto más maravilloso sería el mundo en que vivimos. La pandemia nos ofrece la posibilidad -quizás obligada y sorpresiva- de reflexionar e implementar este tipo de cambios.

Aquellos que pudieron, sin dudar y sin demasiado trámite, cancelar todas sus reuniones y compromisos, son los que hace un año no podían salir de sus oficinas antes de las 20:00 h, los que no tenían tiempo de llevar a sus hijos al colegio -ni hablar al cine o la plaza- los que tenían una montaña de trabajo pendiente, los que ni siquiera podían responder un email o un mensaje de WhatsApp porque estaban “cargados de trabajo, complicados, detonados, desbordados, con la cabeza quemada o pasados de rosca”.

La responsabilidad humana que se pone en funcionamiento ante las sucesivas cuarentenas estipuladas por los gobiernos para evitar los contagios y, por ende, cuidar nuestra vida y la del prójimo, es la misma responsabilidad que se pone a prueba cuando alguien sale con su auto a transitar calles o rutas, con gomas lisas, frenos en mal estado, verificaciones vehiculares inexistentes o vencidas, seguros impagos y en muchos casos, excediendo límites de velocidad o de alcohol en sangre. Es hora de pensar donde queda el protocolo de cuidado por la vida en estos casos.

Ya no me emociona esa famosa ecuación atribuida a los orientales, “crisis = oportunidad”, sin dudas prefiero evitar las crisis y si nunca me encuentro con ellas mucho mejor. Sin embargo, es cierto que toda crisis deja un aprendizaje o por lo menos debería hacerlo.

Si se puede parar el mundo por varios meses, cancelar reuniones y compromisos, si se puede cumplir responsablemente y con meticulosidad cada paso en la prevención de un virus mundial; también se debería poder ser meticuloso y responsable en las tareas laborales, en cuidar la salud, hacer actividad física y en acompañar la enseñanza de los hijos o las buenas relaciones con los demás.

“No tengo tiempo para ir al gimnasio”, “No tengo trabajo, no mando curriculums porque es perder el tiempo, no me llaman de ningún lado”, “No puedo dejar de fumar, es más fuerte que yo”, “Como me cuesta levantarme temprano”. Esta pandemia demuestra que podemos hacer mucho más por el mundo y por nosotros mismos, las excusas y las quejas desde el lugar de víctimas hoy están bajo el paraguas protector del coronavirus.

Deseo que todo esto pase pronto y que lograr la propia felicidad y la de quienes nos rodean sea un compromiso sin excusas y como me enseñó un amigo, evitando algo peor que la pandemia: bajar los brazos y acomodarse en la incomodidad

PERFIL – CLAUDIO FONTANA

Entrenador de equipos de alto rendimiento empresarial. Licenciado en psicología, MBA IAE, terapeuta sistémico. Docente en las principales universidades de Argentina: UBA, Universidad Kennedy, Universidad de Belgrano, Universidad Maimónides, Universidad del Salvador.

Director del posgrado de management sistémico de la Escuela Sistémica Argentina. Especialista en comunicación humana. Expositor permanente en congresos internacionales. Consultor independiente especialista en negociación, liderazgo, conducción de equipos y motivación. Consultor y coach empresarial. Creador de Universia (universidad de vendedores para toda Latinoamérica).

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