La política paraguaya sorda y muda ante la desigualdad social

* Crédito columna: José Carlos Rodríguez, Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (CADEP).

Los temas ausentes en el discurso de los candidatos en un año electoral.

Somos uno de los países más pobres de la tierra. Alineados con el África subsahariana. Estamos entre los más desiguales de América Latina, la región más desigual del mundo. Y éstas no son sentencias vitalicias, ni un destino inapelable.

Es algo que hacemos nosotros, cada día, con nuestras instituciones y con nuestras acciones. Ya ni importa tanto discutir cómo llegamos hasta donde estamos. Pero sí es urgente salir del pozo, ese que hizo decir a Roa Bastos que el infortunio se enamoró del Paraguay. Y lo más negativo es que el discurso electoral calla sobre estos problemas de fondo. Estos no son los temas de campaña.

Los temas de campaña son banales, los políticos en carrera simplemente eluden los temas que importan. Temas de campaña son el caudillo, la camiseta, la polka o los favores al operador político y el elector, o sea, el clientelismo. Seducir al electorado sin prometer ni formular programas para materializar el bien común, la superación de nuestros extravíos.

Los partidos políticos se organizan para derrotar al contrario en un duelo de jefes. Los líderes valen por su capacidad de prevalecer. La cultura política se funda en la tradición, cuando somos un país que tradicionalmente no logró alcanzar una posición destacada en el mundo. El silencio de las campañas significa ocultar la necesidad de justicia social, de desarrollo sostenible y de voluntad para materializarlos.

Si nuestra injusticia social y pobreza no son enfermedades congénitas ni incurables; y si, como dicen los premios Nobel de economía, la política es fundamental para sobreponernos a esta condición de infortunio, los políticos deberían decir qué van a hacer para lograr que salgamos del pozo, para cambiar el infortunio actual por una vida mejor y para emprender el camino hacia una mayor igualdad y prosperidad. Pero no lo hacen.

Todo es muy pertinente ahora mismo, cuando estamos por elegir a nuestros futuros gobernantes. Año político, meses políticos, días políticos, hasta segundos políticos. Pero una política electoral que no dice qué van a hacer los gobiernos para superar las situaciones que nos agobian. No nos piden nuestro voto para cambiar la situación, no votamos para que los electos cambien las situaciones adversas.

Votamos por éste candidato porque es el de mi partido, porque es el que me gusta más o porque ha prometido darme alguna ayuda, a mí, a mi familia o a mi barrio. O, peor aún, porque le vendí mi voto.

Podemos comparar el cuadro de los ingresos de la gente en las cifras estatales (Encuesta Permanente de Hogares de la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos) con el discurso electoral de los políticos.

En el siglo XXI, el ingreso mensual per cápita de los más ricos, de aquellos que están en el 1% superior al resto, vino mejorando desde 1.639 dólares (unos 5,9 millones de guaraníes) en el año 2000 a 4.585 dólares (25,5 millones de guaraníes) en 2014. Eso está muy bien.

Pero está muy mal que la mitad de la población (debajo de la media) ganara sólo 35 dólares por mes por persona (196 mil guaraníes) en el año 2000. Una situación de infortunio.

Y que llegara a sólo 111 dólares por mes por persona (622 mil guaraníes) en
2014. Porque esto sigue siendo una situación de infortunio. Mejoría sí, pero muy pequeña (fíjese en el cuadro). Fue sólo pasar de la situación de extremadamente pobres a otra situación en la que llegan a ser apenas un poco menos pobres. Hablamos de la mitad del Paraguay.

En esos términos, el sistema no funciona para todos sino para la ‘inmensa’ minoría. La mejoría de los ingresos que incrementa los millones de los que ya tienen, solo mejora los centavos de aquellos que no tienen un ingreso decente. Y no tomamos en cuenta los últimos años (2015 y 2016), cuando todo empeoró y las migajas que llegaban a los pobres dejaron de aumentar.

La desigualdad predominante -de la mano con la pobreza- no solo reparte mal la torta de los bienes y servicios de consumo, tanto los bienes públicos como los privados. La desigualdad reparte y comparte mal la vida de los pobladores del Paraguay.

Los desfavorecidos sufren más violencia, van más a la cárcel, estudian menos y peor, tienen peor salud, más sufrimiento y mueren más jóvenes. Pasaron de la dictadura política del Estado paraguayo a la dictadura económica de los mercados (que ni lo son). La desigualdad ahora mata como antes mataba la dictadura. Más madres muertas por niños nacidos, más niños muertos por madres que alumbraron. Más menores de edad que se vuelven ‘angelitos’ y más mayores que fallecen por carencia de prevención y de curas posibles.

La desigualdad también encarcela. El número de apresados tiene un crecimiento mayor que el de los delitos que ocurrieron. Y los encarcelados ni siquiera tienen condena, el 80% de ellos no la tiene, cuando son pobres.

En cambio los ricos y poderosos no son numerosos en las cárceles. Nadie se fue preso por evasión fiscal, por envenenar al vecino campesino o las aguas comunes, ni por otros incumplimientos de las leyes ecológicas. Las 365 mil hectáreas de monte virgen que desaparecen por año, solo del Chaco paraguayo, no molestan a la Fiscalía.

La carencia de medios no consiste solo en tener menos que el resto de los contemporáneos. Es tener menos libertad para hacer la propia vida, para hacer planes de vida. Para hacer un mayor aporte a la vida de los demás, a la vida de la propia familia y emprender la propia autorrealización como personas humanas que todos somos.

Todo esto se calla en el discurso electoral. Ni la injusticia de la educación, ni de la salud, ni de la vivienda, ni de la prosperidad, ni de la cultura, ni de la libertad de elegir, parecen ser una cuestión política. Estos no son temas de la militancia, de la organización, ni del voto del elector, ni de la agenda de los candidatos al gobierno.

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