Elecciones en Paraguay versión 2018: Colorados unidos contra opositores menos unidos

* Crédito columna: José Carlos Rodríguez, Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (CADEP).

Las campañas electorales están ahora en su velocidad de crucero. Por un lado, el coloradismo es la fuerza principal que busca conservar lo suyo, la mayoría. Por otro lado, está el intento de alternancia de la Alianza Ganar. En la largada hay preferencia colorada. Como escenario posible está la pérdida de la mayoría absoluta y fiel de los votos republicanos. Las campañas tienen la palabra.

Las elecciones internas fueron enconadamente reñidas dentro del coloradismo. Finalmente ganó el candidato con mayor pedigrí colorado, Mario Abdo Benítez, en contra del candidato del gobierno saliente, Santiago Peña.

Las internas liberales no fueron muy reñidas. El candidato Efraín Alegre jugaba a ganador desde el principio, contra su rival Mateo Balmelli, quien buscaba, sobre todo, defender su notoriedad y conservar el aparato partidario de su líder, el senador Blas Llano, lo que sólo se consigue en la lidia electoral.

Después de la confrontación interna vinieron los abrazos. El abrazo colorado fue el primero. Los republicanos no olvidan cómo la división con Lino César Oviedo -que se había ido de la ANR- y con Luis Alberto Castiglioni (en la interna) los llevó a la derrota. Ocurrió contra Fernando Lugo, luego de que el coloradismo había ganado el gobierno desde hace más de setenta años, no siempre con votos.

El abrazo liberal vino después. Blas Llano no quiere más litigio, Balmelli menos. Alegre necesita ahora el apoyo de Llano contra el adversario electoral colorado. No está en juego solamente el gobierno. Ni mucho menos. La probabilidad de una alternancia nacional no es tan probable. Si la mayoría absoluta colorada no está asegurada, en los hechos, crear una nueva mayoría no colorada, con fuerzas tan dispares, es muy difícil.

Importa también, junto al Ejecutivo, el Parlamento. Tanto el senado como la diputación. Y, en segundo lugar, las gobernaciones y sus juntas departamentales. El poder central, dejando fuera solo el espacio municipal. Las gobernaciones y otras instancias descentralizadas son correas de transmisión del poder central, más que poderes locales, pero ahí se anudan intereses locales, influencias, prestigios y espacios de poder.

El liberalismo ha hecho una alianza débil, al menos por ahora. Hay 29 listas nacionales para el senado, lo que dice que muchos no colorados ni liberales carecen de articulación electoral. Muchas de las candidaturas no alcanzarán los votos necesarios para ganar. Sus votantes no trasformarán sus preferencias en cargos electos. Tampoco el Frente Guasu / Fernando Lugo se está concentrando en articular las candidaturas progresistas que tienen lugar fuera del frente. Por ejemplo, perduran diferencias entre el Frente Guasu y las fuerzas aglutinadas alrededor de Mario Ferreiro, el intendente de Asunción.

La pluralidad de candidaturas presidenciales, 10 listas, constituye un ritual político, un acto para la acumulación de prestigios y notoriedades, no siempre un esfuerzo por prevalecer. Fuera de las candidaturas de Abdo y de Alegre, las otras no tienen chances de salir victoriosas.

La buena noticia es que hay una pluralidad de focos de militancia. Presentan candidaturas mujeres, empresarios, comunicadores, gremialistas campesinos, independientes no partidarios, partidos pequeños, movimientos políticos nuevos, artistas, ecologistas, indígenas, fracciones procedentes de partidos tradicionales, algunas de las cuales son candidaturas expresivas más que electoralmente efectivas, por lo menos en el corto plazo.

Así, las intenciones de votos harán al Parlamento más plural. Eso puede ser bueno, porque algunos mecanismos de poder paralelo y de enriquecimiento patrimonialista del Parlamento están enquistados en las candidaturas tradicionales.

Las políticas redistributivas o de progresividad favorables a la población vulnerable pueden ganar más parlamentarios. Esto enfrenta localmente al ‘giro desigualitario’ mundial. Esa ‘epidemia’ conservadora que en nuestro país tiene un impacto todavía más profundo y negativo, ya que la economía y el Estado de Bienestar no han sido implantados aún.

Hechos que en cambio ya tuvieron lugar en los países más prósperos. El Paraguay mantiene todavía esa ‘heterogeneidad estructural’ que le impide compartir la prosperidad.

En cuanto a las estrategias, los colorados hacen uso del abrazo, entre el pasado y el presente, entre las tradiciones autoritarias y las democráticas, entre las partidocracias y los más empresariales. Las tensiones existen, pero no predominan. Ellos ahora tienen que ganar los votos de afuera para complementar los de adentro, ese núcleo de las seccionales que son su base estable.

La Alianza Ganar está unificándose a través de la campaña. La unidad es más simbólica y de voluntades que institucional, aunque su propósito sea venir para quedarse.

Su desafío es crear una unidad con una figura y con gestos de unificación creíbles y convocantes. Temas convocantes apoyados, si fuera posible, en programas efectivos. En términos tangibles falta la participación de los reticentes. Y, sobre todo, la actuación de Fernando Lugo, quien ahora la está apoyando más activamente. Él aparece como el referente más creíble para gerenciar los intereses de la gente común. Lugo es lo que Alegre más necesita, pero también le puede restar apoyo dentro de las carpas más conservadoras del liberalismo, que no son numerosas pero tienen poderío.

A Efraín Alegre le toca articular esas realidades. Entre las propuestas de campaña y los proyectos nacionales hay todavía una gran distancia. Se vota poco al programa de los candidatos. Y no se espera que los gobiernos tengan mucha capacidad para romper con las inercias negativas y para definir sus prioridades positivas, ante necesidades abrumadoras y con pocos recursos: cuánto desarrollo, cuánta inclusión, cuánto cuidado ecológico se puede esperar. Todos ellos asignaturas pendientes y urgentes.

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