¿Debemos seguir importando recursos humanos?

Crédito columna: Alejandro Kladniew, socio gerente de Paraguay Development SRL.

En el mes de junio, hemos recibido la noticia que la Universidad Nacional de Asunción (UNA) se ubica en un ranking de calidad educativa (de diversas universidades del mundo) en un nivel lastimosamente bajo.

Todos sabemos el valor que tiene la educación tanto para el desarrollo personal de los individuos, como para la economía de un país y la movilidad social.

Lo que nos interesa hablar en esta columna es de las consecuencias que inevitablemente produce en el mercado laboral y empresarial, un bajo nivel de formación de la población para sostener un proceso más o menos armónico de crecimiento económico.

Es ampliamente perceptible en Paraguay que en una importante cantidad de empresas privadas, los mandos ejecutivos altos y medios están cubiertos por extranjeros y que esto se debe -sin temor a equivocarme- a la falta de recursos locales para cubrir dichos cargos.

En la medida que los niveles de educación no mejoren, esta situación continuará y en la mayoría de los casos, muchos de los jóvenes que se forman en universidades locales, tendrán dificultades para desarrollar su vocación con una perspectiva de desarrollo y crecimiento en varios sectores de la economía.

El sector público, servicios y empresas, también se ve seriamente afectado por esta baja calidad en la formación, con el agravante que no tiene ni los recursos y menos la política de contratar personal extranjero calificado; ampliándose la brecha ya existente en el país entre una gestión privada cada vez más profesionalizada y una gestión pública que está estancada en el tiempo -en la mayoría de los casos.

Importar recursos humanos valiosos está lejos de ser un problema cuando se trata de complementar o mejorar la calidad en algunas áreas de la economía, el trabajo, la ciencia, la investigación o la tecnología.

Países del primer mundo tienen -en muchos casos- políticas sumamente activas para seducir a talentos de terceros países brindando beneficios sumamente atractivos para captar a los mismos, tanto en el ámbito privado como público.

Este tipo de política, que es estratégica, no tiene nada que ver con lo que ocurre en Paraguay, donde la carencia radica en el nivel de la educación terciaria del país, que es insuficiente para responder a las necesidades de un sector privado de mayor competencia, tanto a nivel local como para las empresas que desean salir a captar nuevos mercados.

Chile vivió, en parte, un problema similar: su crecimiento económico durante muchos años fue más dinámico que la formación que tenían parte de sus habitantes para ocupar ciertas posiciones de calificación media y alta dentro del mercado laboral.

Pudieron a través de los años, tanto expandir como mejorar sus niveles de estudios universitarios e ir no solo cerrando esa brecha de importar recursos humanos extranjeros. Muchos profesionales chilenos se encuentran hoy trabajando fuera de su propio país en posiciones internacionales altamente valiosas y calificadas, siendo de los más valiosos de la región y el continente.

Será imposible resolver el dilema de la calidad de la educación y en consecuencia de una vida mejor para cientos de miles de paraguayos si es que no se planifica a largo plazo. A diferencia de otros problemas, la única forma en que se puede mejorar el nivel educativo es con mucha calidad, inversión y coherencia a través de años de trabajo.

Se trata de un escenario problemático para las nuevas generaciones que desean todo en forma inmediata y para políticas públicas que se suelen destacar por el cortoplacismo, el exitismo y también la improvisación.

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