La Unión Europea ahuyenta al fantasma ruso de la energía

Javier Albisu-Bruselas, 20 feb (EFE). – Quedan múltiples y profundos desafíos por delante, como la guerra en Ucrania y sus derivadas geopolíticas, la descarbonización y digitalización de la economía, la carrera tecnológica y el aprovisionamiento de materias primas, la elevada deuda pública o el declive demográfico.

Pero el bloque comunitario parece haber dejado atrás la senda del «annus horribilis» que fue 2022: la inflación remite, la UE confía en esquivar la recesión y Bruselas empieza a mirar por el retrovisor la crisis de precios de la energía.

Nadie dice taxativamente que los precios enloquecidos de la energía sean cosa del pasado, quizá porque cuando empezaban a subir en 2021 nadie adivinó que se acercaba la tormenta perfecta: una guerra energética con Rusia, la mitad del parque nuclear francés parado y la hidroeléctrica en mínimos por la peor sequía en siglos.

Pero en Bruselas se respira una mezcla de alivio y optimismo en el tramo final de un invierno particularmente cálido en el que las calefacciones europeas están quemando menos gas que nunca.

«Desde el punto de vista técnico podemos decir con seguridad que la combinación de medidas fue adecuada», pero «no nos dormimos en los laureles, sabemos que tenemos que preparar el próximo invierno», dice una alta funcionaria europea del ámbito de la energía.

La Comisión Europea acaba de mejorar su previsión de crecimiento del PIB de la UE hasta el 0,8% en 2023 y ha rebajado la de inflación al 5,6 %, frente al 9,2% de 2022.

El megavatio-hora de gas en el mercado de futuros TTF ronda los 50 euros, caro aún para los 20 euros de antaño, pero seis veces más barato que el récord de 338 euros de agosto. Y lejos del tope de precio de 180 euros acordado por los Veintisiete.

«Puede que lo peor esté detrás de nosotros, pero aún quedan desafíos por delante, como asegurar el suministro de gas natural licuado (GNL) para el próximo invierno», dice a EFE el analista del centro de pensamiento Bruegel Simone Tagliapietra.

Antes de la guerra la UE compraba en Rusia el 45% de su gas, el 46% del carbón y el 27% del petróleo, proporcionando unos suculentos ingresos a Moscú. Pero cuando Vladímir Putin ordenó invadir Ucrania hizo saltar por los aires esa relación de interdependencia.

El bloque comunitario prohibió progresivamente importar carbón y petróleo ruso sin incurrir en problemas para encontrar otros proveedores en el mercado global, aunque a precios más elevados.

Pero el gas es diferente. Llegaba desde Rusia principalmente por gasoducto, por lo que reemplazarlo es muy difícil. No se sancionó, se optó por desprenderse a marchas forzadas del hidrocarburo gaseoso de Moscú, que a su vez iba reduciendo los envíos para presionar a Bruselas.

En ese póker energético, la UE ha aumentado un 24% su capacidad solar instalada, tiene los depósitos de gas al 65% frente al 30% de hace un año, el consumo cayó un 20% entre agosto y noviembre y está diseñando un sistema de compras conjuntas de GNL que empezará a funcionar en abril.

Pero, sobre todo, se han sustituido 70.000 millones de metros cúbicos de gas ruso (70 bcm) que llegaban mediante tubería por GNL que se transporta en barcos desde otros países. El inconveniente es que el producto es ya de por sí caro y en 2022 batió récords en un mercado con demanda global y oferta limitada.

Entre septiembre de 2021 y noviembre de 2022 los Veintisiete destinaron 681.000 millones de euros a ayudar a hogares y empresas con las facturas energéticas, según Bruegel, cifra cercana a los 750.000 millones de fondos europeos presupuestados para relanzar la economía tras la pandemia.

El gran ganador ha sido Estados Unidos, cuyas exportaciones de GNL han pasado del 28 % al 42 % de las compras comunitarias, y la tendencia a importar GNL seguirá al alza: se están construyendo terminales en la UE para recibir 30 bcm más y hay proyectada infraestructura para otros 40 bcm adicionales.

A cambio de ese esfuerzo financiero, la UE ha pasado a adquirir de Rusia 62 bcm de gas en 2022, frente a la media de 150 bcm entre 2016 y 2021, según datos de la Comisión Europea. Las importaciones rusas caerán hasta 20 bcm en 2023 si el flujo se mantiene al ritmo de enero, un volumen marginal para un consumo total en la UE de unos 400 bcm.

«Hemos hecho posible lo imposible», resume Tagliapietra.

Pero nadie baja la guardia, porque conseguir GNL en 2023 puede ser más difícil que en 2022, especialmente si la economía china despierta, según el director ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía, Faith Birol, que lleva meses avisando de que «la crisis energética no ha terminado».

«Europa ha ganado la primera batalla, pero aún tenemos una larga lucha por delante», razonaba estos días la comisaria europea de Energía, Kadri Simson.

Además de reducir el consumo y buscar barcos con gas, la UE tiene en la agenda de 2023 la compleja reforma de su mercado eléctrico para un sistema productivo volcado en la electrificación con fuentes renovables consolidadas como la solar y la eólica y, cada vez con más entusiasmo, en el incipiente hidrógeno verde, que se anuncia como una pieza importante del puzzle de la nueva economía sin CO2.

«Faltan seis o siete años fácilmente en la fase industrial, y llevarlo al mercado será más largo. Pero así empezó la fotovoltaica…», dice a EFE el director de proyectos energéticos de la consultora española Zabala Innovation, José Alberto de la Parte. EFE

 

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