Previsiones e imprevistos electorales

* Crédito columna: José Carlos Rodríguez, Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (CADEP).

* Publicada en la edición impresa de Revista PLUS Agosto 2017.

El país electoral se ha vuelto impredecible, lo que no tiene que ver con la arquitectura democrática sino con las candidaturas. Es natural que varios proyectos florezcan antes de las internas y pocos lleguen a la recta final, pero hay un clima de incertidumbre en el espíritu de nuestro tiempo: los poderes predominantes del mundo están cargados de incertidumbre. Lo impredecible no es la institución democrática, sino el hundimiento de las instituciones pétreas en las que se originó la política democrática y con las que ella se ha venido gestionando.

En primer lugar, resulta ambiguo hablar de oficialismo y de partido de gobierno. El ‘oficialismo del oficialismo’ es, naturalmente, el presidente Cartes. Pero su dirección del Estado -con el lema de ‘selección nacional’- empaña el criterio de ‘oficialismo’ que antes estaba restringido al ámbito partidario.

En la tradición de la partidocracia nacional y, más aún, del clientelismo, el combate político era un campeonato por llegar a ser gobierno y beneficiarse luego de ello, excluyendo a los demás. No solo del gobierno, sino también de las competencias asociadas al cargo, incluso aquellas incompatibles con la función pública.

De lo contrario, ¿cuál era el sentido y cuál era la recompensa del activismo partidario? Al extremo, el gobierno era un botín, un botín de guerra, y ese fue el más poderoso incentivo para la militancia.

En segundo lugar, una vez abandonado el proyecto reelectoral, ¿seguirá siendo el presidente Cartes un líder en el próximo periodo presidencial o existirá otro, un real sucesor? Con la candidatura de Santiago Peña, es posible que éste tome el gobierno más no el poder.

Y tampoco su candidatura está sólida. No es seguro que ‘Santi’ logre ‘prender’ en las carpas coloradas de manera suficiente para vencer en las elecciones internas y generar una candidatura competitiva. Puede no ganar las internas o puede que se repita la historia de Blanca Ovelar, quien no suscitó la pasión necesaria para ganar las elecciones y llegar al gobierno que su partido había detentado durante seis decenios.

La falta de experiencia y de identidad colorada de Peña, bienvenida para cierta clase media urbana, no cuenta con la aprobación del colorado común. Peña recibe la crítica frontal de líderes de peso en la opinión colorada. Nicanor Duarte Frutos y Carlos Galaverna, por ejemplo, son sus acérrimos detractores.

El principal contendiente en la interna colorada, Mario Abdo Benítez (Marito), se presenta como una alternativa oficialista. Hoy las encuestas lo bendicen frente a Peña, pero Marito no define qué es lo que aporta, qué cosa propone ni con quién y con qué medios. Su mayor apoyo es el sector más anacrónico y estronista del coloradismo, por ser el hijo de un hombre del círculo íntimo del dictador derrocado. Marito no se inspira en la dictadura del tiempo de la Guerra Fría, ni en el nacionalismo rural a ultranza que unificó el pensamiento colorado en los años 40 del siglo pasado.

Su perfil es el de una persona de la neo dictadura, universalista, conservadora, moderna y liberal, lo que no coincide en nada con el perfil de sus adherentes duros. Y nada obliga a pensar que Marito pueda recolectar todos los recursos que podrá conseguir Santi como heredero del actual presidente.

Del lado opositor, vieja historia, solo un candidato atractivo con suficientes alianzas llegaría al gobierno, aunque esta no es la única carta que se juega. Una elección bien llevada da cargos y sostiene a la clase política en sus escaños, el sistema funciona así. Pero la pregunta más intrigante es qué alianza es posible y con cuál candidato podría ganar.

El presidente del Partido Liberal, Efraím Alegre, no tiene una política aliancista. Su trabajo es combatir a su actual adversario interno, Blas Llano. Salió ganando con los desmanes de marzo, el incendio de una parte del edificio del Congreso y la muerte del dirigente liberal Rodrigo Quintana.

Eventos inexplicables que dejaron desprestigiados a los partidarios de la enmienda constitucional, entre quienes se encontraba su rival Llano. Pero ello no basta. Aunque haya hecho una gran votación contra Cartes en la última elección presidencial, fue cómodamente derrotado y no es probable que ahora le vaya a ir mejor.

Ni es seguro que el poderoso sector de Llano le apoyará en un tiempo del cruce de votos por la presidencia y la legislatura.

¿Qué pasa con la izquierda, las izquierdas y demás independientes? Fernando Lugo quedó bastante achicado con el fracaso de su posición pro enmienda. Y los suyos más perjudicados que él porque fueron los que habían dado la cara. Nadie habla ahora de Lugo candidato, quién, al igual que Mario Ferreiro, no tiene ningún horizonte de victoria sin el apoyo de los liberales.

Y la dirigencia y el electorado de izquierda no encuentran la forma de hacer política fuera de las elecciones. Lo suyo es dar la sorpresa y ganar, sin institución. En síntesis y hasta ahora, el oficialismo juega a quién ganará el gobierno.

La oposición juega a cuántos escaños ganaría en el Congreso. En términos programáticos hay menos incertidumbre. Ni el coloradismo ni el liberalismo candidatan un libreto de cambio. Ni Santiago Peña ni Mario Abdo Benítez ni Efraím Alegre van a innovar gran cosa del modelo extractivista del paraíso fiscal.

Nada en contra de las grandes fortunas conservadoras y terratenientes que pagan las campañas electorales. Contra ellas no se actúa, aunque a la larga ese espacio de confort de la elusión fiscal perjudica a todos, inclusive a sus propiciadores.

Los grandes proyectos de cambio ya son parte de la Constitución: reforma agraria, equidad tributaria, lucha contra la desigualdad, garantías de derechos políticos y sociales, igualdad de género, derechos de los pueblos originarios. Eso hace que los programas políticos sean al mismo tiempo maximalistas y minimalistas, lo dicen todo y también casi nada, porque no conforman la agenda efectiva del gobierno.

Perturba un poco ese inmovilismo ante la existencia de compromisos internacionales muy concretos con las Metas del Desarrollo Sostenido de las Naciones Unidas, con plazos bien definidos. Para el año 2030 el Paraguay debe alcanzar un mínimo exigible de los valores constitucionales como el crecimiento económico inclusivo, el pleno empleo, la disminución de la desigualdad, la agricultura sostenible, los asentamientos seguros, el agua, saneamiento y salud accesible para todos, etc.

Doce años de plazo son un poco más de dos periodos electorales, pero si no avanzamos en el presente no llegaremos a las metas, como ya dejamos de cumplir las anteriores Metas del Milenio que vencieron en 2016.Revista PLUS 11 años: 2006/2017

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